domingo, 25 de octubre de 2009

Robert Smithson: Un recorrido por los monumentos de Passaic, Nueva Jersey.

La tierra, los lugares, los paisajes son lugares que se transforman constantemente y de esta forma se vuelven un registro de huellas y por lo tanto de trayectos.
Trayectos sobre ella del agua, del aire, del fuego pero también del hombre que hace del espacio una extensión de su pensamiento y postra en el espacio esos descubrimientos constantes del entorno y su posibilidad de maleabilidad.
El espacio se vuelve un territorio de reflejo, un espejo en donde el hombre mismo refleja sus cambios y los descubrimientos que surgen por ello.
Los monumentos de Smithson no tienen tiempo, son energías en constante actuación, remolinos geométricos que están en movimiento, líneas intermitentes que continúan en algún otro lugar. Como el ojo del huracán que crece y se expande; que aparece y desaparece; que es grande y pequeño. De esta forma somos consientes del espacio como lugar de la creación y por lo tanto de movimiento.
Con Smithson el arte se dirige hacia una curiosidad constante de la mirada por descubrir las formas del espacio recorrido. La creación en formas variadas y modeladas que se instalan y configuran el paisaje para que cada caminante encuentre en ellas lo que quiera ver. Monstruos, actos sexuales, mezclas, explosiones de energías, fuentes, puentes, orificios, laberintos misteriosos, voces, etc…
Las estructuras artificiales cobran vida en cuanto nosotros hacemos de ellas una posibilidad de descubrirlas.

El viaje lleva en sí mismo y se caracteriza por ese frenesí de descubrir todo lugar que recorremos y las cosas que en él se encuentran. Un éxtasis que nos aleja de la realidad cotidiana. Un viaje es el punto de partida de un descubrimiento y de una reseña momentánea de un lugar y su paisaje.
Smithson conoce Passaic por objetos que él conmemora monumentos pero que curiosamente son parte de un espacio que con el tiempo se volverá un no lugar, pero al recorrerlo y reconocerlo pretende fijar su imagen y existencia frente al pasado que lo disuelve.
Por lo tanto también el recorrido por Passaic tiene cierta melancolía como todo viaje cuando termina y no sabemos si volveremos a a ese lugar vivido momentáneamente.
Marc Augé en Los no lugares narra esta sensación:
“No es sorprendente, pues, que sea entre los “viajeros” solitarios del siglo pasado, no los viajeros profesionales o los eruditos sino los viajeros de humor, de pretexto o de ocasión, donde encontremos la evocación profética de espacios donde ni la identidad, ni la relación, ni la historia tienen verdadero sentido, donde la soledad se experimenta como exceso o vaciamiento de la individualidad, donde sólo el movimiento de las imágenes deja entrever borrosamente por momentos, a aquel que las mira desaparecer, la hipótesis de un pasado y la posibilidad de un porvenir”.

Y así como viajero-espectador Smithson en Passaic toma fotografías como recuerdo, fijación y prueba de lo que vio en su itinerario personal, como una guía turística con las referencias más sobresalientes del lugar o sus cualidades. Haciendo de estas fotos obras vividas, experiencias. El viajero también construye el paisaje con su mirada y le da validez al describirlo, al insertar en él otras situaciones, paralelas y poder dotarlo de otros significados y usos. Todo se valida en cuanto ha sido vivido. Passaic puede ser Roma, Grecia, China cada viajero en su momento y en cualquier época recrea su itinerario, su discurso y su experiencia personal.

La experiencia de Smithson en Passaic da solidez a la frase de Carl Andre: “En realidad, para mí la escultura ideal es una calle… nos obligan a seguirlas, a rodearlas o a subirse en ellas”. Pero Smithson no se remite a un territorio plano sino a un territorio, podría decirse lleno de texturas que son las estructuras (esculturas expandidas o monumentos variados sin figuración) dispuestas en él y que sólo se descubren andando.
En Passaic la contemplación como parte fundamental de la experiencia de andar como una invitación a encontrar esos vestigios del tiempo real que muestran la intervención de funciones que se encuentran en determinado lugar, constituye la prueba del andar que el artista señala como parte fundamental de su obra: “El andar condicionaba la mirada, y la mirada condicionaba el andar, hasta tal punto que parecía que sólo los pies eran capaces de mirar”. El espacio se vuelve un espacio existencial como el filosofo Merleau Ponty refiere: “lugar de una experiencia de relación con el mundo de un ser esencialmente situado en relación con un medio”.




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